viernes, 8 de noviembre de 2019

Chile: no habrá ningún cambio real en el régimen neopinochetista sin derrotar a las fuerzas armadas

Por Damián Quevedo La continuidad y radicalización de la lucha de masas en Chile, que persiste a pesar de los evidentes retrocesos del gobierno, que fueron y serán insuficientes ante el despertar de la clase obrera y el pueblo, pone en tensión e interpela a las organizaciones y partidos que pretendemos intervenir con una política revolucionaria en ese contexto. El cuestionamiento del régimen, empujado por la propia dinámica de la lucha de clases y la situación internacional, determina que la dinámica de los combates obreros y populares no solo persista, sino que tiendan a agudizarse, situación que ha sido asumida por la clase dominante chilena, que responde con una salvaje represión policial -la fuerza policial está militarizada- y de las Fuerzas Armadas, que intervinieron fugazmente, sin decidirse a un despliegue como el del golpe del 73, comprendiendo que la relación de fuerzas no es la misma, debido al fenomenal avance del movimiento de masas. Revolución y Contra Revolución Esta coyuntura pone sobre la mesa la necesidad de precisar la política en un momento álgido del conflicto, como fue antes en otras regiones del planeta. Queda claro que Chile atraviesa un proceso revolucionario, lo cual implica que la confrontación entre las clases tiende a ser cada vez más abierta y violenta, no dando lugar a políticas vacilantes o centristas. Como demuestra la historia, toda revolución social -es decir todo proceso de cambios radicales- significa modificaciones profundas en las instituciones que sostienen una determinada realidad. Sin embargo, esos cambios no pueden ser ni graduales ni pacíficos, ya que implican la destrucción de todo lo viejo y retrógrado, que no desaparecerá sin oponer resistencia. En la lucha entre la Revolución y la Reacción, el objetivo de la primera es destruir las viejas herramientas de dominación -el Estado Capitalista- e imponer el poder obrero y popular, a través de asambleas, consejos, cabildos abiertos, coordinadoras, etc. En ese contexto, ya que ninguna clase social explotadora renuncia a sus privilegios sin oponer una durísima resistencia, los oprimidos y las oprimidas de Chile y de cualquier país en la misma situación, están obligados a ejercer su más que legítima y necesaria autodefensa, enfrentando a la “violencia de los de arriba” con la movilización revolucionaria. Esta realidad interpela a las fuerzas revolucionarias, que para serlo realmente deben impulsar una política que ayude al movimiento de masas a poner en pie sus órganos de Autodefensa, única manera de mantener viva la rebelión y, en definitiva, de quebrarle el espinazo al estado capitalista, que como decía Engels está sostenido por “destacamentos especiales de hombres armados”. Este desafío, que tuvo que ser encarada por todas las revoluciones, desde la Comuna de París en adelante, fue desarrollada de la siguiente manera por León Trotsky: “El nombre de “autodefensa” corresponde plenamente a sus intenciones, por lo menos en la primera etapa, porque el ataque invariable¬mente proviene de las bandas contrarrevolucionarias. El capital monopolista que las respalda libra una guerra preventiva contra el proletariado para impedirle hacer una revolución socialista. El proceso del cual surgen los destacamentos obreros de autodefensa está inseparablemente ligado al curso de la lucha de clases en cada país y refleja, por lo tanto, sus inevitables avances y retrocesos, sus flujos y reflujos” . La lucha revolucionaria implica entonces la destrucción del Estado, que resulta imposible sin desmantelar su brazo armado. Esto no solo plantea la urgente necesidad de desplegar la Autodefensa Obrera y Popular, sino también de aplicar una línea que tienda a inmovilizar, desmoralizar y dividir al ejército, para limitar su función represiva y ganar para las filas revolucionarias a un sector del mismo, como sucedió en 1917 antes del Octubre victorioso. En cualquiera de los casos la resolución del problema es política, por lo cual no solo es necesario que los trabajadores y el pueblo se defiendan eficazmente de la represión estatal y para estatal, sino que hace falta una gran movilización internacional, como la que tuvo lugar durante la Guerra de Vietnam, logrando paralizar el accionar del ejército más poderoso de la tierra. Este, que debe ser un debate candente dentro del movimiento revolucionario, obliga a quienes pretendemos el triunfo de la Revolución Socialista, a implementar las líneas tácticas más coherentes. En ese sentido, quienes -con todos sus matices- agitan la Asamblea Constituyente sin impulsar en serio la construcción de órganos de poder obrero y de autodefensa, colaboran en los hechos con el desvío “institucional” de la rebelión, porque -como explicamos al principio- no habrá ningún cambio real en el régimen sin destruir el aparato militar que lo sostiene. La imagen puede contener: 5 personas

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